La escultura pública conmemora y celebra a individuos para reflejar una experiencia colectiva. Con este propósito se han creado iconos, símbolos y elementos arquitectónicos a partir de un conjunto de convenciones estilísticas y culturales de carácter individual, regional y nacional para la clase aristócrata de los patronos y sus gobiernos y, más adelante, a finales del siglo XVIII y en el XIX para los recién instalados representantes de la burguesía.
Michael Asher. Writings 1973-1983 on Works 1969-1979.
Hartford es una de las ciudades más antiguas de Nueva Inglaterra. Fundada en 1637 por los colonos llegados a bordo del mítico Mayflower, fue la segunda en poner en marcha un colegio privado de élite y la primera en tener un periódico, un parque público y un museo: el Wadsworth Atheneum. Durante décadas fue la ciudad más rica de los EEUU, aunque hoy en día es una de las más empobrecidas del país con significativas diferencias en la renta per cápita. La economía de Hartford antes vinculada a la industria depende actualmente de los seguros. Es la sede de las mayores y más importantes empresas del sector a nivel mundial.
El Wadsworth Atheneum fue fundado en 1842, adelantándose en más de treinta años al boom museístico que dio vida entre otros muchos al Metropolitan de Nueva York. El Wadsworth es en sí mismo un monumento conmemorativo que se erige sobre la casa de una de las familias fundadoras de la ciudad. Sus colecciones se han compuesto principalmente de obras y objetos que recogen la historia de sus patronos y de la nación. A diferencia de los otros museos, que se fundaron a lo largo y ancho del país, que exhiben arte europeo, y cuyo objetivo era educar al público común en los valores de las clases altas, el Wadsworth solo se ha interesado por interpelar a quienes ya estaban bien dispuestos hacia la cultura de la clase social de sus patronos.
En 1991, cuando Andrea Fraser llega a Hartford invitada por el programa Matrix a intervenir en el Wadsworth Atheneum, observa una ciudad salpicada de placas conmemorativas y monumentos que celebran su glorioso pasado y el de sus fundadores. El espacio público de la urbe se erige como un conjunto de hitos que rememoran los valores coloniales del siglo XVII y los sueños de autonomía de la élite descendiente.
A lo largo de los años, la comunidad pudiente de Hartford ha ido construyendo para sí, y en homenaje a sus antepasados, un espacio público en el que se siente segura e interpelada por los valores de una América purificada. Su concepción del arte como complemento del bienestar inquebrantable del hogar, así como la defensa de unos modos adecuados en el vestir y en el uso del lenguaje se orientan a reproducir un imaginario y unas normas que los mantienen a salvo de intrusos y les permiten vivir cómodamente. Más aún cuando se esfuerzan en que el pago de impuestos recaiga sobre las clases con menos recursos.
La colectividad homogénea e imaginariamente autónoma de las “buenas familias” de Hartford se sustenta en una afirmación que no permite desviaciones de la norma –menos aún dentro de su propia clase– y que niega sistemáticamente cualquier conflicto. La de Hartford es una sociedad cerrada en sí misma que no admite al “otro” y su idea de gobierno dista considerablemente de la práctica democrática. Es en la negación de su afuera constitutivo como las clases pudientes de Hartford se esfuerzan por hacer pervivir ese pasado colonial a través de una tradición que perdura: la de los negocios.
En los años 60 y 70, el Wadsworth Atheneum, ante la necesidad de conseguir financiación externa se ve obligado a ampliar su público. El dinero de las familias pudientes de la orgullosa ciudad de Nueva Inglaterra ya no era suficiente para mantener el museo y a su público exclusivo. Era el momento en el que las grandes multinacionales comenzaban a patrocinar exposiciones para atraer masivamente visitantes que les aseguraran unas buenas relaciones públicas. El museo se tuvo que adaptar a las exigencias coyunturales e hizo el esfuerzo de abrirse a un público más amplio para recibir apoyo económico de las administraciones y hacerlo más atractivo al patrocinio empresarial. El programa Matrix arranca a mediados de los años 70 con fondos de la agencia federal New Endowment for the Arts cuya programación multicultural busca el acercamiento de públicos variados para justificar el aporte de fondos públicos.
Andrea Fraser fue invitada como parte de la programación de Matrix a intervenir en el Wadsworth, después de haber actuado como Jane Castleton en otros museos de los EEUU. Fraser, abandona aquí por primera vez el papel de la guía –que se identifica con el sector voluntario de los museos, esto es, con los patronos– y se presenta a sí misma como artista que ofrece una visita guiada por el museo.
En la preparación del guión del tour por el Wadsworth, Fraser busca información sobre el museo, su fundación y objetivos, y sobre el tipo de relación que establece con la ciudad y sus habitantes, con su público. En su indagación la artista da con la figura del que durante un breve lapso de tiempo fue director de la institución: A. Everett Austen Jr., y localiza en esta figura uno de los conflictos reprimidos del museo y de la ciudad. Austen Jr. forma parte del círculo de familias prominentes y sin embargo no comparte el empeño de la comunidad por cerrarse en sí misma. El atrevido Austen se decide a integrar en el espacio del museo arte procedente de Europa, lo que es visto como una “traición de clase” y se resuelve con su expulsión.
Fraser va tomando nota de las peculiaridades del museo, de la ciudad y del papel que juegan las élites, y llega a la conclusión de que los sueños de autonomía de las clases pudientes desvinculan de la vida acomodada que construyen para sí la escasez que recae sobre el resto de la población de la ciudad. Vuelven la espalda a los efectos que la puesta en práctica de sus valores tiene sobre la población negra e hispana que ha sacado adelante la industria y que, con toda seguridad, limpia sus casas y cuida de sus hijos y mayores. Así es como estos “americanos puros” niegan la escasez del otro provocada por sus intereses privados.
En este sentido puede entenderse el trabajo de mantenimiento del museo y sus alrededores que Mierle Laderman Ukeles protagonizó en varias ocasiones en el Wadsworth Atheneum como una forma de dar a ver a esta comunidad pudiente que el trabajo de cuidados es parte del sostenimiento y reproducción de la vida misma y, por descontado, de la institución.
¿Cómo es posible que un programa multicultural como Matrix se ponga en marcha y tenga continuidad en Hartford? Según Fraser, además de la necesidad de fondos que tiene el museo y que le proporciona el NEA, lo que ocurre es que los programas multiculturales pueden apoyar y dar visibilidad a diversas culturas, incluida la de los yankis conservadores, y que lo hacen poniendo una al lado de la otra, separadas y al mismo nivel, asegurándose de que no se establezca una relación de intereses, luchas, o desigualdad entre ellas. Es decir, dejando de nuevo el conflicto fuera de campo.
Una vez Fraser reconoce el escenario en el que intervenir, incluido el marco que le proporciona Matrix, comienza a esbozar una propuesta que va a consistir en interpelar a los visitantes del museo y a los trabajadores de la institución haciendo que asuman una posición conflictiva. Y esto con la intención de que se vean obligados a atender al afuera de la ideología de las clases dominantes de Hartford y a la ideología de los programas multiculturales en la institución. La propuesta se va a concretar en una carta dirigida a la comisaria de la exposición, Andrea Miller-Keller, que circuló de manera informal por el museo, y en una visita guiada dirigida al público del Wadsworth.
En un principio Fraser piensa en presentarse en el tour por el museo como artista, descendiente directa por parte de padre de los pioneros americanos llegados en el Mayflower y como puertorriqueña por parte de madre. Es decir, encarnando al sujeto que la comunidad afirma y al mismo tiempo al que reprime. Sin embargo, finalmente se decide por interpelar al público del museo alternando su posición de artista con la de descendiente de los fundadores de la ciudad.
Así, la artista Andrea Fraser comienza sosegadamente un tour por el exterior del museo introduciendo su historia en relación con los otros hitos conmemorativos de Hartford. Para más adelante según avanza en la presentación, y al tiempo que comienza a referirse a los innumerables retratos que conserva la institución de las familias fundadoras y de sus descendientes, el habla se va acelerando hasta parecer enunciada por un mecanismo descontrolado que inevitablemente recuerda los artefactos de Tinguely. La explicación continúa, volviendo al ritmo tranquilo del comienzo, hasta que “la hija de la Revolución” irrumpe sin previo aviso para afirmar sin recato la posición social y los valores éticos de los colonos. Esta situación se repite varias veces y de forma creciente según se avanza hacia el final del recorrido.
Al actuar en el lugar específico manifiestamente al menos dos identidades y hacerlo mediante una interpretación exagerada es como Fraser produce un distanciamiento en la recepción que pone al descubierto la estrechez de miras y la radical expulsión y dominación del otro en la que se afirman las clases bienpensantes de Hartford.
Lo que Fraser pone en práctica en el Wadsworth Atheneum es, entonces, una interpelación histriónica, una actuación exagerada y no carente de humor con la que se dirige al público buscando en éste no su complicidad sino su desconfianza ante el discurso. A partir de esta interpelación de Fraser es posible relacionar el museo con la construcción del imaginario social e ideológico de Hartford. Welcome to the Wadsworth da a ver este monumento ceremonial, junto con otros hitos que conmemoran a los ilustres de la ciudad, como elementos que invisibilizan el ejercicio de dominación que sus patronos ejercen tradicionalmente sobre el resto de la población, al tiempo que se celebran como ejemplo para las clases comunes.
Este trabajo de Fraser da pistas, también, para conectar la necesidad de financiación externa del museo con el aumento de su público potencial y con el objetivo último de atraer el capital de las multinacionales. La artista critica estos programas multiculturales en la medida en que permiten a la institución legitimarse, ampliar sus horizontes y celebrarse a sí misma a través de una pluralidad que no admite el encuentro.
Teniendo en mente el bien conocido Television delivers people de Richard Serra, la crítica que este artista hace al medio televisivo comercial en 1973 y según la cual los espectadores son la mercancía que el aparato distribuye a las empresas, bien podemos enunciar aquí a partir de Fraser un Museum delivers people. Y más aún teniendo en cuenta la, cada vez más normalizada, presencia empresarial en museos y centros de arte, también en nuestro país.
Maite Aldaz.
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