La “Caravana” de Michael Asher (1977-2007). El espacio público como espacio del común

580297440_bd22c6f59e_bEn 1977 Michael Asher es invitado a participar en la primera convocatoria de la Skulptur Projekte que desde entonces se celebra en Münster cada 10 años. Esta es una de las pocas ciudades alemanas que tras la 2ª Guerra Mundial ha conservado gran parte de su arquitectura medieval. Se encuentra próxima a un lago y rodeada de pequeñas villas, granjas y bosques. Se dice que desde el 77 la Skulptur, en su coincidencia con la documenta de Kassel, ha ido atrayendo visitantes a la ciudad.

La muestra inaugural se articuló en dos secciones. Una funcionaba a modo de retrospectiva, destacando los hitos en el desarrollo de la escultura moderna, y la otra consistía en una selección de proyectos de artistas contemporáneos. Los artistas eran invitados a intervenir en espacios adecuados para la instalación de esculturas de exteriores. El evento estaba patrocinado por el Westfälisches Landesmuseum, el ayuntamiento de la ciudad y el gobierno provincial. La administración debía dedicar por ley un porcentaje de su gasto en construcción de edificación urbana a la compra de escultura pública. Era, por lo tanto, de esperar que parte de los proyectos seleccionados fueran adquiridos por las instituciones públicas. En su segunda edición comenzó a ser financiada también por entidades privadas.

Después de viajar a Münster en dos ocasiones, y tras haber sido rechazadas un buen número de sus propuestas, Michael Asher presentó en la “Sección de Proyectos” de 1977 la que iba a ser su intervención. Consistía en emplazar una típica caravana alemana de fabricación industrial, que era alquilada para la ocasión, en diecinueve lugares diferentes de la ciudad a lo largo de las diecinueve semanas que duraba la muestra. Se buscaba que la roulotte, aparcada en todo tipo de lugares con la puerta cerrada y las cortinas corridas, diera la impresión de formar parte del entorno. Cada semana, en el mostrador del museo, hojas de distintos colores informaban de su ubicación en la ciudad.

La caravana de Michael Asher es resultado de una triple reflexión que él mismo desarrolla en sus escritos y que sigue siendo útil en el presente. Por un lado, tiene en cuenta la escultura moderna en su aspecto monumental como producción artística y como representación conmemorativa de las clases dirigentes y de su ideología a lo largo de la historia. Y lo hace atendiendo al tipo de interpelación que provoca en la comunidad. Por otro y al mismo tiempo, relaciona esta situación con el embellecimiento de la ciudad que proporciona la escultura monumental y su correlato gentrificador y de reclamo turístico. Y por último, considera el contexto espacial y temporal en el que interviene. En este caso se trata de un emplazamiento institucional que se presenta como lugar propicio para la reflexión sobre la escultura moderna a finales de los años 70.

Habitualmente, afirma Asher, la escultura pública ha servido para conmemorar y celebrar a individuos representantes de las clases pudientes. A lo largo de la historia se han creado iconos, símbolos y elementos arquitectónicos a partir de un conjunto de convenciones estéticas para representar a las clases en el poder, ya fuera la aristocracia o más recientemente la burguesía, con el fin de que reflejaran una experiencia colectiva.

Asher plantea que la escultura pública monumental señala al individuo que ostenta el poder como ejemplo para la colectividad, desalojando a ésta del espacio público. La potencia de lo colectivo queda sujeta, en la representación monumental, a la interpelación en la obediencia. Y por tanto a la asunción por los representados de los valores de los representantes. La escultura de exteriores desaloja, igualmente, del espacio público la idea de alienación del tiempo productivo. Siendo el resultado de un trabajo creativo muy específico deja fuera la alienación socialmente generalizada del tiempo de trabajo. La caravana de fabricación industrial, por el contrario, alude directamente a la alienación tanto del tiempo de trabajo como del tiempo de ocio.

La escultura pública, apunta Asher, da fe de su particular momento histórico con el fin de secuestrarlo. Y como escultura contemporánea es testigo de la orientación hacia el progreso tecnológico de quienes la patrocinan.

A finales de los años 70 la escultura moderna no parece tener en cuenta su aparato de producción y distribución, ni las ideas que predominan sobre el arte y que determinan su recepción, ni tampoco el estatus del arte. Y esto tiene como consecuencia, entre otras cosas, que esté siendo utilizada por empresarios y políticos para crear una imagen de progreso que la mayor parte de las veces se traduce en prácticas especulativas y gentrificadoras. La escultura de exteriores  se ha legitimado tradicionalmente por el simple hecho de ocupar un lugar monumental en emplazamientos significativos del espacio público. Y ubicada en áreas susceptibles de gentrificación, sirve para atraer la especulación inmobiliaria y el turismo a partes iguales.

Cuando Michael Asher lleva a cabo por primera vez esta propuesta en Münster, la escultura minimalista –concebida inicialmente para galerías y museos– ha saturado por completo el mercado del coleccionismo privado y el de las instituciones museísticas y busca otras vías para dar salida a esas ganancias de capital que prometen los nombres consagrados de los artistas. Convocatorias como la de la pequeña ciudad de la Alemania occidental, sostenidas con dinero público y más adelante con la financiación público-privada, dan salida a esta producción que ahora se ajusta al formato monumental que se le demanda. La escultura minimalista monumental y su instalación en el espacio público permiten representar esa idea de progreso tecnológico en la que coinciden tanto empresarios como políticos.

El arte se ha utilizado a menudo como promesa de mejora de los barrios deprimidos en las ciudades. Aunque lo cierto es que la construcción de vistosos museos erigidos a personalidades artísticas –y más recientemente los museo-franquicia– junto con la instalación de artistas en estos vecindarios han ido a menudo seguidos de la expulsión de sus habituales habitantes. Estas prácticas responden por lo general a un cambio de modelo económico impulsado por administraciones y empresas y alentado por una idea de progreso que siempre, solo, mira hacia adelante sin tener en cuenta el rastro de destrucción que deja a su paso.

En esta propuesta, que repetirá en sucesivas convocatorias de la Skulptur, Asher logra alterar las convenciones y los usos de la escultura en el espacio público. Y por consiguiente la orientación misma del propio evento en términos ideológicos, políticos y económicos. Hemos visto que la caravana no puede ser adquirida puesto que es alquilada y que además dista considerablemente de tener el aspecto monumental que se requiere de la escultura pública. No contribuye a la celebración de ideales de progreso ni de individuos particulares.  Y ni siquiera tiene vocación de permanencia. En sus diversas ubicaciones, tanto en barrios centrales como periféricos, y en general en espacios poco significativos, desplaza la función de la escultura como señalización de los centros urbanos y propone un espacio público no jerarquizado. Además, dada su repetición cada diez años, puntúa temporalmente el espacio desterrando la atemporalidad que encarna el monumento moderno.

La crítica a la institución que propone este artista pasa por intervenir haciendo uso de las condiciones materiales e ideológicas del contexto para introducir elementos reflexivos en torno a la práctica artística en su conexión con otras prácticas sociales en tiempo real. En esta ocasión, logra alojar una noción de escultura en el espacio público que tiene en cuenta su especificidad colectiva y de uso común.

Maite Aldaz.

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