Griselda Pollock Vision and Difference. Feminism, feminity and the histories of art. (2010).
Notas y traducción de una selección de fragmentos de la Introducción:
Este, dice Griselda Pollock, es su quinto libro que versa sobre y analiza las inscripciones culturales ‘en, de y desde lo femenino’. Visión y diferencia reune: mirar, ver y representar visualmente con la problemática de la diferencia. En el subtítulo aparecen tres items relacionados entre sí.
1 feminismo: como movimiento político y como revolución intelectual.
2 feminidad: como término del psicoanálisis que designa una posición psicolingüística en la estructuración de la diferencia sexual. No evoca, por tanto, ningún tipo de experiencia empírica de la idea de mujeres, ni tampoco de identidad. Se refiere a la posición en el lenguaje y en una formación psicosexual que designa el término Mujer. Como posición, es una ficción producida en esa formación en la que el Otro que la define, la masculinidad, habla, sueña, fantasea. Señala también y al mismo tiempo lo que los sujetos que viven y piensan desde la posición ‘mujer’ tienen que sostener como un posicionamiento impuesto o producido. La feminidad es además una estructura y un ámbito de experiencia que los sujetos mujeres tienen que explorar, en tanto que no tiene por qué sernos conocido, se configura por medio de determinados patrones de discurso y formación psicosexual bajo la Ley fálica.
3 historias del arte: el uso del plural abre un campo interpretativo que supera la tradición selectiva de la Historia del Arte: una versión canónica disfrazada como la única historia del arte. ¿Qué historias se cuentan?, ¿en interés de quiénes?. Y, ¿qué historias necesitaremos encontrar?, ¿cómo podemos leer de manera diferente? Se pregunta y hace que nos preguntemos la autora.
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Griselda Pollock continúa: Para abordar de manera crítica las problemáticas de la narrativa, la representación, la historia y las políticas de significación, necesitamos tener conciencia de quiénes somos cuando ‘contamos una historia, un relato’, de cuáles serán sus efectos, de qué queda fuera… El conocimiento situado, el que reconoce nuestras posiciones socialmente sobredeterminadas no tiene como consecuencia la ley de la selva de relativismo sin límites. Esa es más bien la ofensa que los canonizadores quieren arrojar sobre el o la investigadora, sobre el pensador/a, artista, escritor/a conscientemente político/a y éticamente comprometido/a en el estudio responsable, sobre las personas que ofrecen honestamente sus interpretaciones como lecturas, que trabajan desde la conciencia de hacer un trabajo posicionado que busca comprender. El trabajo así elaborado es confiadamente creativo y modestamente crítico, sabedor de sus inevitables limitaciones. (p.xviii).
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El feminismo plantea preguntas sobre el género como eje continuo de poder y dominación; y de la diferencia sexual como escena ambivalente de sentido, de fantasía y de deseo.
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Más de una vez me han dicho que mi trabajo es ‘historia’, que los debates se han desplazado a cuestiones como el internacionalismo, la poscolonialidad y los estudios post-género de sexualidad y queer. La posibilidad y necesidad de abrir otras investigaciones en torno a la diferencia cultural y a la globalización en nuestros análisis de las culturas es incuestionable. Sin embargo, me gustaría argumentar que esto es así justamente debido a lo que hemos aprendido de la interrupción histórica feminista: que el conocimiento toma forma en las relaciones de poder y que es investido con intereses políticos, ideológicos y psicológicos. El feminismo nunca afirmó estas cuestiones en solitario, pero situó el desafío en el centro de su proyecto político-intelectual.
Fue en Old Mistresses: Women, Art and Ideology donde junto con Rozsika Parker rastreamos lo que ahora podríamos llamar, siguiendo a Jameson, el inconsciente político de la historia del arte como una formación discursiva institucionalizada en el museo y la academia en el siglo XX. Argumentábamos que a pesar de la engañosa marginalidad del arte en términos materiales y políticos reales, los discursos privilegiados de y sobre el arte servían a propósitos simbólicos que diseminaban, más allá de su privilegiada esfera, nociones eurocentristas y de superioridad masculina. Las narrativas centrales que codifican el inconsciente político del falocentrismo no solo sirven para estructurar el estudio de las historias del arte, sino también para crear una historia/relato (story) del arte como La Historia/Relato del Arte, la leyenda canónica de la creatividad masculina cristiana de occidente que se convierte en sinónimo del arte. Contra esta creación oficial de una versión del pasado, que sirve para consolidar el género como un eje de poder y como marca de exclusión y desvalorización, no sirve simplemente intentar corregir las omisiones y la ignorancia que conduce a que la historia del arte no tenga en cuenta el arte de prácticamente todas las mujeres que han participado en la actividad cultural creativa… (p. xix).
Las mujeres clave se ofrecen meramente como reincorporación en un canon cuya propia construcción por exclusión por motivos del sexo del artista convierte ya ese canon en un discurso de género y que contribuye a reproducir el género. De manera que siempre posicionará a las artistas mujeres como marcadas, como parte de la otredad, como mujeres artistas. En una ocasión pregunté ¿qué importancia tiene la feminidad? La respuesta: es estructural para el mantenimiento de una determinada concepción eurocéntrica y machista del arte y de los artistas. La feminidad se invoca como lo deficiente, nombrada y marcada como lo otro, como lo que permite que el arte sea entendido como algo intrínsecamente masculino, hecho por hombres… (p. xx).
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El pensamiento feminsta nunca ha pretendido que las mujeres se limiten a estudiar temas de mujeres. Y así, el trabajo feminista en y sobre la historia del arte no se limita a restituir los nombres de artistas mujeres a las historias oficiales…
El pensamiento feminista debe significar la ampliación del campo intelectual al completo para reconocer la importancia de la diferencia sexual y de otras diferencias que se juegan en los factores sociales, económicos, ideológicos, semióticos y psicológicos que una pueda considerar. El pensamiento feminista confronta el campo de las historias artísticas y las prácticas culturales al completo con preguntas sobre la diferencia, formulando nuevas teorías y métodos de análisis con los que reescribir la monocultura occidental falocéntrica (p. xxi) de manera que incluya las historias de las mujeres y otras contribuciones desaparecidas, para que la próxima generación reciba la idea de diversidad y multiplicidad cultural de nuestro mundo, en su complejidad histórica y social. Tan importante como esto es que las intervenciones feministas en y sobre la historia del arte muestren lo significativo de (lo que prefiero renombrar como) las prácticas simbólico-estéticas dentro del conjunto de la cultura en los regímenes representacionales que atraviesan las disciplinas, los medios y las prácticas, así como en su especificidad en tanto que prácticas estéticas de significación, visualidad, corporeización, deseo, placer y, por supuesto, trauma. (p. xxii)