La Agrupación de Trabajadores del Arte (Art Workers’ Coalition o AWC) se formó en 1969 en Nueva York. Sus componentes: artistas, cineastas, críticos, escritores y trabajadores de museos se aliaron en una plataforma abierta con el fin de propiciar relaciones más igualitarias en el terreno de la cultura y por extensión en la sociedad misma.
Entre estos artistas se contaba el escultor cinético de origen griego Vassilakis Takis, además de Hans Haacke –artista de origen alemán vinculado a la crítica institucional que tomó como materia de trabajo las filiaciones entre la cultura y los grupos de poder–, el artista minimalista Carl Andre, o la crítica, comisaria de arte y activista Lucy Lippard.
La AWC se plantea en un principio defender los intereses de los artistas de manera que éstos tengan un mayor control sobre el uso que se hace de sus producciones. Este objetivo no es baladí si observamos el modo en que el arte es utilizado por los grupos de poder, del que se sirven como medio de inversión tanto económico como ideológico. Estos grupos de poder, conformados en buena medida por directivos de grandes empresas multinacionales, se encuentran habitualmente ocupando los órganos de decisión de los museos más importantes. De ahí que la AWC dirigiera sus presiones hacia estos museos y más concretamente hacia el MoMA de Nueva York.
La lógica de la defensa de los intereses de los y las artistas deriva en la AWC hacia una crítica de la mercantilización de los trabajos artísticos. Esta agrupación abierta de trabajadores culturales denuncia la especulación económica y la manipulación ideológica que van ligadas a la mercantilización de los objetos de arte, esto es, al hecho de que éstos sean utilizados para el enriquecimiento de las galerías y de los “empresarios de clase media”. Rechazan que los artistas queden reducidos a productores de objetos de lujo, a sirvientes de los ricos. En otras palabras, entienden que el modo de vida de los artistas no debe depender de personas ricas a quienes tengan que entretener. Las “personas ricas” a las que se refiere la AWC son aquellas que controlan museos y otros espacios culturales, las mismas que entonces apoyaron la intervención de Estados Unidos en Vietnam y que buscan a través del arte un modo de legitimación.
En su “Statement of Demands” (declaración de reivindicaciones) de 1969 la AWC expresa con claridad sus objetivos:
Democratizar los museos haciendo que los espacios de decisión de estas instituciones estén conformados a partes iguales por patronos, artistas y trabajadores de los museos.
Que la entrada a los museos sea gratuita y el horario de apertura sea amplio para hacer posible la asistencia de la gente trabajadora.
Que los museos den cabida a las comunidades negras y portorriqueñas marginadas en la producción y exposición de proyectos, así como a proyectos que no son apoyados por galerías comerciales, incluidos los de mujeres artistas. Propiciar en los museos una representación igualitaria por género, comunidades y clases sociales.
Propiciar medidas que garanticen el bienestar de los y las artistas asegurándoles la cobertura de sus necesidades básicas, así como el control y los usos que se pudieran hacer de sus trabajos.
Todas estas medidas, como se aprecia, suponen una contribución para el establecimiento de unas relaciones más igualitarias dentro del campo del arte. Son un intento por evitar la dependencia de los artistas y de sus producciones de los grupos de poder, así como una apuesta por hacer del museo un espacio de reflexión crítica permanente, y no de propagación de la ideología dominante ya sea en su apariencia elitista o espectacular.
Quizás el contexto actual sea más propicio aún si cabe para retomar este tipo de iniciativas de colaboración abierta en vista a objetivos igualitarios que contribuyen al crecimiento colectivo frente al enriquecimiento de una elite depredadora.