Lo que conocemos como crítica institucional y crítica de la representación son un conjunto de prácticas que han llegado a ocupar una determinada posición en el campo del arte gracias al interés, al trabajo y al apoyo de un buen número de artistas, críticos, publicaciones de arte y también del público. Es decir, de aquellos sujetos e instancias que dan forma a la propia institución.
Si estas prácticas llegaron a alcanzar un grado de reconocimiento dentro de la institución fue debido también al clima social que les permitió desarrollarse. Los años 60 son bien conocidos por la emergencia de los nuevos movimientos sociales. El movimiento feminista, antibelicista, el orgullo negro y gay y las luchas contra el apartheid o la defensa de los derechos civiles, hicieron emerger nuevas formas de lucha social y con ellas nuevas maneras de organizar estas luchas. El campo del arte no fue ajeno a toda esta revolución social. Mientras la institución se esforzaba por mantener una imagen de autonomía frente a la economía, la política o la ideología, los artistas ponían en evidencia las filiaciones e intereses que se daban entre el campo del arte, el de la economía o el de la política.